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208 semanas de obsesión: Elvira Lindo reúne en un libro sus columnas dominicales

jueves 16 de junio de 2011  

«La columna del periódico termina por convertirse en la columna vertebral de tu vida», dice Elvira Lindo. «Toda la semana vives un poco para encontrar qué contar. Es una obsesión». El fruto de 10 años de obsesión ha desembocado en las 360 páginas de Don de gentes (Alfaguara), una selección, con prólogo de Juan Cruz, de los artículos que la escritora ha publicado en el suplemento Domingo de este periódico.

Sentada en el salón de su casa de Madrid, la autora de Lo que me queda por vivir matiza que a la hora de armar el libro se ha decantado por textos aparecidos en los últimos cuatro años, 208 obsesivas semanas agrupadas por temas: de la música a la literatura pasando por las costumbres españolas y las estadounidenses. Los textos reunidos ahora se ciñen a su colaboración dominical. Fuera quedan los que publica cada miércoles en la última página del diario. Dos extensiones, dos tonos, dos obsesiones, pues: «Es como si el domingo dejara escapar la persona privada que soy y el miércoles tuviera muy en cuenta la persona pública que soy. Respecto a la política siempre soy, creo, una persona sensata; respecto a mi vida me dejo llevar más por la insensatez». ¿Siente que la insensata perjudica a la sensata? «Lo que está bien visto es presentarse ante los demás de una pieza, y yo he hecho lo contrario. Cada columnista lleva a sus espaldas los prejuicios que se han tejido sobre él, y mi saco es enorme». Para Elvira Lindo, el mayor peligro del columnismo es «hacerte una clientela y echarle de comer». Por eso huye del repertorio precocinado de opiniones en salsa PSOE o IU o en salsa ONG: «De cada hecho me interesa dar la opinión que honradamente tengo sin pertenecer a un grupo. Coincido con la izquierda, pero no estoy ahí para halagar. Siento que no tengo míos»

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Quiero entrar en la leyenda

lunes 13 de junio de 2011  

Las marías. La gimnasia, los trabajos manuales, el dibujo. Ahora me doy cuenta de la falta que me han hecho esas tres disciplinas en la vida y de lo engorrosas que me resultaban en el colegio. Las marías. La odiosa clase de gimnasia con el potro de tortura; el último coletazo de la Sección Femenina en la de trabajos manuales, con la consabida canastilla; el dibujo lineal, en fin, me faltan las palabras para definir lo que sentía por el dibujo lineal. La psicomotricidad gruesa y la psicomotricidad fina. La maña, la destreza física. Cómo nos hicieron detestar cosas que luego desearíamos haber aprendido de otra manera. En la gimnasia se temía a la caída y al ridículo; a los trabajos manuales se les tomaba manía y eso que era lo más cercano al juego infantil; puede que la forma de evaluar el dibujo dividiera casi desde el principio a los torpes de los virtuosos.

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Todo Vale

domingo 5 de junio de 2011  

Hay personas a las que no les gustan los musicales. ¡En serio! Yo he conocido a alguna. Y debo decir que las he observado muy atentamente, con gran asombro. Despiertan en mí tanta curiosidad como aquellos a los que no les gustan el chocolate, la patata, el tomate o el pan. Son los sabores que triunfan entre los niños: algo deben de tener para ser amados universalmente. Recuerdo a alguien que me dijo, «no me gustan los musicales porque me gusta el teatro». Esto me hizo pensar que hay personas que no quieren rebajarse a que les guste lo que gusta a una mayoría. O que piensan que aquel espectáculo en que los adultos disfrutan como niños no puede ser valioso. También hay quienes los desprecian porque los argumentos son tontorrones. Y es verdad, los musicales suelen tener un hilo conductor que apenas sirve de hilván para unir las canciones. Pero qué importa si esas canciones son extraordinarias. Se olvida que las melodías de los musicales han sido amadas por los músicos de jazz, de pop o bossa nova. Cuando una canción es buena es indestructible.

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Para qué sirve un beso

lunes 30 de mayo de 2011  

Cuánto me gusta reírme y qué poca gracia les encuentro a veces a los humoristas. Lo que en la vida diaria se da de manera tan frecuente y ligera, reírse de un malentendido o de un juego verbal, resulta muy forzado cuando se condensa en un monólogo. Para que un monólogo sea brillante no es que haya que ser gracioso, es que hay que ser un genio. Hubo dos genios del monólogo, Woody Allen y Jerry Seinfeld, que pasaron años probando sus historias en pubs; los dos eran herederos de la tradición de teatro humorístico judío que a principios de siglo brilló en humildes teatros de la Segunda Avenida neoyorquina. Hoy hay un genio en la televisión americana, se llama Bill Maher y es el tío más corrosivo que he escuchado nunca. Cuando quieres escuchar algo subversivo, algo que crees que a nadie se le podría pasar por la cabeza, y menos aún se atrevería a decirlo, ahí está Maher, que, sin perder la sonrisa ni amedrentarse ante ningún tema, le da un repaso a los fanáticos religiosos que anuncian el fin del mundo, a Trump o a Schwarzenegger.

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El Enigma de la Bondad

lunes 23 de mayo de 2011  

Escribir es bueno. Habría que ver cómo estaríamos algunos de la cabeza si no escribiéramos. Cuántas neurosis se desatarían, cuánta actividad mental iría destinada tan solo a manías compulsivas. Escribir es bueno. Aún recuerdo aquellos días en que, aconsejado por ese sabio que fue el doctor Lozano, mi suegro Paco, que andaba con la memoria un poco perdida, fue recuperando fuelle mental escribiendo un diario del que secretamente yo le iba robando páginas. Cuando murió, saqué las páginas de un cajón y se las di a su hijo, que las recibió asombrado, emocionado: «¿De dónde sale esto?». Yo sabía que el espíritu del hombre que no había escrito nunca, hasta aquel terapéutico diario, aparecería nítido entre las esforzadas frases que narraban un día cualquiera: he comido habichuelas, he bajado al perro, he ido dos veces a la plaza (mercado), no he visto casi la televisión. No hay demasiadas opiniones sobre la vida, solo hechos concretos, que nosotros sabemos interpretar con el recuerdo de su temperamento activo y obediente con las autoridades médicas. No ver demasiado la tele era el primer mandamiento del sabio Lozano. Escribir es bueno. Es bueno, fácil y barato, aumenta la capacidad de concentración y pone en marcha una actividad neuronal a las que mis amigos científicos sabrían ponerle nombre. Las neuronas hacen gimnasia con la escritura.

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No Te Hagas Vieja

domingo 15 de mayo de 2011  

Nuestras abuelas, aquellas que nacieron a finales del XIX o principios del XX, parecían viejas casi inmediatamente después del primer parto. Generalizo, claro, pero ya lo he dicho otras veces: si no generalizo no escribo. Era dramático ese cambio físico que nuestras abuelas experimentaban (sigo generalizando). En esa foto que le hicieron a nuestra abuela cuando «se puso de novia» con el que luego sería su marido resulta tan joven que casi parece una niña a la que han disfrazado de adulta. Tiene la cara de susto que se les ponía (en general) a los retratados. Nadie estaba acostumbrado a mirar a la cámara con la ligereza con que ahora certificamos cada paso que damos en la vida.

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El Artista y Los Otros

domingo 8 de mayo de 2011  

«Soy un artista». Así, sin que le temblara la voz, se nos definió el cocinero al presentarnos sus platos. Con esas palabras que tanto peligro tienen. Era como mi querido Joaquín Reyes haciendo de Galliano. Mis compañeros de mesa, gente brillante, humilde y de buen corazón, no hicieron ningún comentario sobre semejante sentencia, pero de manera inconsciente, mientras nos íbamos comiendo de un solo bocado los platos sobreexplicados por el maître, cada uno de nosotros sentía, casi sin llegar a dar forma a ese pensamiento, que no hay nada que despierte más la vergüenza ajena que la sobrevaloración de uno mismo. Hay individuos a los que no les basta con ser buenos cocineros, incluso cocineros cojonudos, no, ellos tienen que alcanzar la categoría de artistas, y es ahí donde se despeñan muchos, porque el grande de verdad prefiere ser nombrado por el nombre sencillo y sagrado de su oficio: sastre, modista, cocinero.

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Calumnia que algo queda

domingo 1 de mayo de 2011  

Ya está. Lo consiguieron: el presidente de Estados Unidos, un negro que tiene Hussein como segundo nombre, ha mostrado su partida de nacimiento, y ese ser llamado Donald Trump, el último en apuntarse a las sospechas sobre el «verdadero» origen de Obama, se ha tomado este gesto como una victoria. Lo es: lo que viene a demostrar esa partida de nacimiento enviada a todos los medios de comunicación acreditados en la Casa Blanca es que siempre hay público para la estupidez. La prensa lo sabe y lo explota. Mi impresión es que cuando Barack Obama, en el encuentro con los medios esta semana, dijo aquello de «no quiero terminar sin decirles algo», no estaba utilizando a los periodistas para que sacaran de dudas al millonario Trump sobre su lugar de nacimiento; no, Obama estaba dirigiéndose a aquellos a los que se les supone oficio para seleccionar la información, para acreditar su veracidad y no dar pábulo a rumores sin fundamento.

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Montar un Melodrama

domingo 24 de abril de 2011  

Que la tarde del domingo tiene un nosequé tristón, ya se ha dicho; que llevamos impreso en la memoria el calendario escolar, ya está dicho; que sobre las seis de la tarde del domingo empieza a asaltarnos la antigua sensación de no haber hecho los deberes y haber imaginado que el fin de semana sería eterno, ya está dicho; que el efecto es demoledor si al hecho de ser domingo se le añade que es el último día de Semana Santa, ya está dicho. A eso se le puede sumar la sensación de acabamiento del mundo que da salir del cine y que sea de noche, que el taxista te torture con una retransmisión deportiva a un volumen irritante, que no encuentres un restaurante abierto, o que vayas a un bar de tapas y esté vacío y nadie te propine codazos para pelear un lugar en la barra. Todo muy triste. Esa es la razón por la que el domingo hay que tomar medidas terminantes que impidan que brote esa tonta melancolía infantil. Opino que es mejor recogerse pronto: pasear por una calle con los establecimientos cerrados y las aceras vacías es algo que sólo puede gustarle a aspirantes a escritores, de esos que todavía creen que hay que favorecer experiencias lánguidas para escribir libros lánguidos en los que se aborde la incomunicación de nuestro tiempo.

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La Vida Misma (Vídeo)

lunes 18 de abril de 2011  

En ciudades como Buenos Aires o Nueva York, la cultura del siglo XX tuvo el colorido de la inmigración y la mejor literatura nació de ella. Antonio (Muñoz Molina) y yo tuvimos la suerte de organizar un acto literario en torno a esa idea en la Universidad de Nueva York. Era un evento literario sin literatos (a veces se agradece). Buscamos cuatro personas de procedencias dispares que hubieran venido a labrarse un futuro en esta ciudad. Les animamos a contar la novela de su vida.

© Elvira Lindo 2021